domingo, 10 de junio de 2012

Ciencia y fe


Una de las revoluciones culturales más importantes de la historia de la humanidad fue la separación, operada en Europa siglos atrás, entre la teología y la filosofía. Ella permitió la revolución científica tecnológica, el capitalismo y la conquista del mundo.
Durante la época medieval, la teología llenaba todo el espacio de la reflexión intelectual y nada existía por fuera de su imperio. De ahí que inclusive las disidencias políticas tuvieran que expresarse en el lenguaje religioso y aparecieran como herejías, siendo sancionadas como tales por la Inquisición. Ideas que ahora forman parte del sentido común científico, como que la Tierra no es el centro del universo y que gira alrededor del Sol, y no este alrededor de ella, fueron caracterizadas igualmente como herejías, porque eran incompatibles con la lectura teológica que de estos fenómenos hacían los sabios romanos y cualquier idea que saliera de este estrecho margen era un cuestionamiento a la Verdad misma. Eso le costó la hoguera a Giordano Bruno y la humillante retractación pública a Galileo Galilei. Le tomó cinco siglos a la Iglesia reconocer que Galileo tenía la razón.
Debemos a un pensador andalusí que escribía en árabe la gran revolución intelectual que nos llevó a la modernidad. Ibn Rushd, cuyo nombre fue castellanizado como Averroes, nació y vivió en Córdoba, la ciudad más esplendorosa de al-Andalus, la España musulmana, y de Europa en el siglo XII. Fue conocido como el Comentarista por ser el más grande especialista en Aristóteles, aunque solo una tercera parte de los más de 60 volúmenes que forman su producción está dedicada a los comentarios sobre El Filósofo, y el resto de su obra es original. Averroes realizó la proeza intelectual de separar la falsafa (así es conocida la filosofía en árabe) de la teología. Reivindicó la necesidad de un espacio autónomo de reflexión para las cosas terrenas, independiente de la teología, cuya materia de reflexión son las cosas ultraterrenales.
Durante la Edad Media, la escolástica –que constituye un método de reflexión intelectual, que viene a ser a la teología lo que el método científico es a la ciencia– era común al cristianismo, judaísmo e islamismo. Una de las mejores escuelas de escolástica funcionaba en Córdoba, célebre por su Escuela de Traductores, donde trabajaban juntos sabios judíos, cristianos y musulmanes, que salvaron para Occidente las grandes obras de la antigüedad clásica, griega y romana. Allá iban a formarse teólogos de toda Europa y ahí se formó Alberto Magno, convertido después en santo por la Iglesia. Su discípulo más destacado fue Santo Tomás de Aquino, quien realizó la proeza intelectual de cambiar las bases neoplatónicas sobre las cuales San Agustín edificó la reflexión teológica cristiana medieval, que fueron hegemónicas por un milenio, por las modernas bases neoaristotélicas. Y fue esta base filosófica la que permitió que durante el Renacimiento pudiera separarse la filosofía de la teología (como lo dijo Maquiavelo, la ética para ganar el cielo es distinta de la ética para ganar el poder).
Por una triste ironía de la historia Averroes, que tanto contribuyó al desarrollo de la tolerancia en Occidente, fue víctima de la reacción sectaria islámica provocada luego de la crisis de al-Andalus y hoy está olvidado en el mundo musulmán.
De la filosofía surgieron las ciencias positivas y de ellas derivó la superioridad tecnológica que le aseguró a Europa la hegemonía mundial. Pero el recorte de las atribuciones de la teología fue, como era de esperar, firmemente resistido por aquellos que usaban a la religión como un instrumento para asegurar su poder terrenal. Pero esto ya es una historia contemporánea.
El debate sobre las relaciones entre la ciencia y la fe viene pues de muy atrás, pero es especialmente pertinente en la controversia que mantiene la Universidad Católica con el cardenal Cipriani. La universidad constituye por antonomasia el centro de la reflexión científica y filosófica como los seminarios lo son de la teología. De ahí que la libertad intelectual no sea un simple adorno para la universidad, sino la esencia misma de su quehacer.

La mentira como vía de control


Guillermo Giacosa,
Un iraquí que huyó de su país durante la dictadura de Saddam Hussein convenció al Pentágono, sin esfuerzo, de que en Irak había fábricas móviles de armas químicas. Colin Powell, secretario de estado de Estados Unidos, mostró las evidencias, debidamente retocadas, a las Naciones Unidas (ONU) y, aunque pocos le creyeron, la guerra se inició.
Hoy, el mismo iraquí confiesa que todo fue un invento suyo para sacar a Saddam del poder. Su patraña originó cientos de miles de muertes y millones de desplazados. Hace poco, en plena crisis financiera, el vicepresidente renunciante de Moody´s –una de las firmas que se ocupan de calificar el riesgo de la inversiones– declaró ante la Comisión Federal de Estados Unidos, encargada de analizar las causas de la crisis financiera, “que lo más importante para tal agencia no era la objetividad en sus estudios del valor de los productos financieros sino la satisfacción de sus clientes que financiaban tales estudios”.
Ambos atropellos a la verdad son multiplicados, amplificados y dramatizados por un batallón de periodistas –de buena fe algunos, mercenarios otros– destinados a certificar la credibilidad de las mentiras. El resultado no solo es la guerra o la crisis financiera, sino la creciente alienación en la que vive hundida gran parte de la población. Las opiniones son cada vez menos originales, ni siquiera son opiniones, pues repiten al pie de la letra lo que escuchan o leen sin preguntarse sobre la verosimilitud de lo afirmado. La visión estándar del bien y el mal nos oculta que lo que hoy llaman progreso es la descripción del seguimiento de nuestro propio entierro.

Advertencia de dos Nobel de economía


Guillermo Giacosa,

Sintetizo un artículo del periodista David Brooks. El Nobel de Economía Paul Krugman recuerda que Keynes declaró que los tiempos de auge –no de recesión– son los indicados para la austeridad, entendiendo que reducir gasto público cuando una economía está deprimida es una estrategia autodestructiva, que profundiza la depresión. Krugman argumenta que cuando los gobiernos de Gran Bretaña y EE.UU. promueven una agenda de austeridad, no tiene que ver con reducir deuda y déficit, sino con usar el pánico del déficit para desmantelar programas sociales.
Por su parte, Stiglitz –otro Nobel de Economía– afirma que la desigualdad que se ha ampliado en EE.UU. es lo que está devastando las perspectivas económicas del país. Indica que “la brecha entre el 1 y el 99% es vasta en términos de ingreso anual y más vasta en términos de riqueza”. Ejemplo: los seis herederos del imperio Walmart poseen US$90 mil millones. Equivale a lo que posee el 30% más bajo de la sociedad gringa.
Stiglitz dice que el multimillonario Buffett estaba en lo correcto cuando declaró que hubo una guerra de clases en los últimos 20 años y que su clase había triunfado. Sin embargo, advierte que, para los plutócratas, la desigualdad debería ser una preocupación pues los ricos necesitan una sociedad funcional a su alrededor para sostener su posición. Sociedades muy desiguales no funcionan de manera eficiente y sus economías no son ni estables ni sustentables. La evidencia de la historia es inequívoca: llega un punto en que la desigualdad lleva a la disfunción económica para toda la sociedad y, cuando eso sucede, los ricos pagan un alto precio.